Úrsula Pesares lloraba desconsoladamente y lloraba y lloraba y no se cansaba de llorar. Encerrada en su cuartito de la calle k en el pueblito del silencio, encendía su vieja lamparita de kerosene y seguía detenidamente los t.i.c- t.a.c de su viejo reloj de plata. La calle k y exclusivamente el pueblo siempre permanecía en silencio, excepto por el sonido apacible de las viejas carretas que pasaban por la noche, el compás acelerado del jinete mensajero y sobre todo por el canto lastimero de “la santa de las 12” como llamaban los vecinos a Úrsula Pesares.
El tic – tac daba las doce y todo el cuarto de Úrsula pesares se inundaba de lágrimas, la vieja lamparita de kerosene sucumbía ante los hilos de lágrimas que extinguían su débil lucecita nocturna. A esa hora en la calle k, el pueblo del silencio interrumpía su calma y el oído súper agudo de los vecinos de la calle k, se estremecía con el canto fúnebre de Ursula Pesares que cantaba y cantaba y no se cansaba de cantar, mientras la gente velaba con llanto las afueras de su casa y veneraban con rezos inverosímiles (siempre en silencio) todo el trayecto de su canto.
Llegó un día para sorpresa de todos en una lujosa carreta a la calle k. Su cabellera dorada y su mejillas rosadas y la elegancia de sus gestos contrastaban profundamente con la de las mujeres del lugar lo que generó la envidia y el rechazo de las mismas quienes veían en Ursula Pesares como a la intrusa que despertaría los deseos mas obscenos de unos hombres y de un pueblo que todavía permanecía incólume y en silencio. Sin embargo ningún hombre se desquició ni se encandiló con la belleza de Úrsula, al contrario de lo que las mujeres del pueblo suponían generó en estos una antipatía y un rechazo que alivió y generó la tranquilidad de sus mujeres.
Sus primeros días fueron como ella misma imaginaba, sabía que su arribo al pueblo y estrictamente a la calle k, generaría inquietud y asombro en un pueblo que vivía en la más absoluta tranquilidad y armonía lejos de toda perversión, pero sobre todo en silencio.
Comenzaba a inquietarse y a sentirse insegura, la gente ni se inmutaba con su presencia y todos sus esfuerzos por conseguir ganarse el cariño de la gente eran inútiles. Sin embargo a los seis meses de su arribo al pueblo, sucedió algo que un primer momento no pudo descifrar. Salió como de costumbre muy temprano por la mañana a recoger agua del río. Mientras hacía su recorrido notó que todas las casas vecinas tenían luces resplandecientes en su interior, le pareció extraño pues desde su arribo jamás había notado algún suceso parecido como el que estaba advirtiendo. Aún era de madrugada y a pesar de que todas las casas tenían luz en su interior el camino para traer el agua desde el río hasta su casa le pareció demasiado oscuro. Decidió entonces salir en busca de una antorcha para guiar sus pasos cuando repentinamente apareció en el firmamento una estrella muy radiante que la cegó y estremeció por unos instantes. Se sorprendió de que ningún vecino suyo saliera a presenciar lo que ella consideraba un precioso suceso de la naturaleza y sobre todo que este encerrara un silencio mas sepulcral que el de costumbre. Vaciló por unos instantes en dirigirse al río en busca del agua, le parecía muy extraño de que nadie se inmutara con el espectáculo de la estrella, sin embargo aún temerosa, recobró el ánimo y fue en busca del diáfano elemento.
Los perros que no le ladraban, por que todo era silencio, siempre fueron sus enemigos, pero esta vez no la mordieron ni asustaron con sus apariciones inesperadas. Notó que la estrella la seguía en sus pasos y pensó es mi estrellita de la suerte. Poco a poco fue amaneciendo y por primera vez se escuchó el canto de los pájaros. La gente, pensó Úrsula, se enojaría con el bullicio de los pájaros pero al contrario de lo que ella suponía, éstos aprobaban con regocijo sus melodías.
Notó Úrsula que la gente ahora la miraba de una manera muy distinta de cómo cuando llegó al pueblo. Por primera vez la saludaron afectuosamente, abrazos, besos, niños que le regalaban perfumados rosas, ancianos que le declamaban preciosos poemas e incluso los perros danzaban delante de ella y le agitaban graciosamente la cola.
Agradeció Úrsula tantas atenciones. Totalmente sorprendida se dispensó de sus vecinos y se adentró hacia sus aposentos. Cuando ingresó tenía en su mesa todo tipo de alimentos como los que se sirven en un delicioso banquete, el agua por la que había ido estaba ya en sus cántaros. Simplemente no lo podía creer, por que el cambio tan radical de la gente. No se lo explicaba. Desde ese día no le faltó nada en la mesa, las mujeres no le dejaban lavar ni sus ropas. Los hombres reparaban los tejados de su casa mientras los niños le cantaban hermosos cánticos de la zona, siempre bajito para no hacer tanto ruido.
Todo fue tan apacible para Úrsula, hasta que notó algo abultado en su delicado vientre, no podía ahora ni pasar los alimentos, sufrió un primer desmayo, al siguiente día otro y el vientre seguía y seguía creciendo lo que la horrorizó de sobremanera pues no concebía el hecho totalmente inverosímil de estar embarazada. Mientras tanto el pueblo recibió con regocijo la noticia y celebraron apoteósicamente, siempre sin hacer mucho aspaviento. Se sacrificaron algunos carneros, las casas fueron pintadas de blanco y la gente cantó y bailó.
Por su parte Úrsula no concebía el hecho de estar embarazada, totalmente horrorizada, pensó que alguien, había atentado sexualmente contra ella. Comenzó a odiar a los hombres del pueblo y no recibía mas que la visita de las mujeres a quienes preguntaba con imprecaciones si sabían algo al respecto, pero éstas solamente le sonreían diciéndole que no se preocupara pues algo muy hermoso alumbraría de su ser. Úrsula se sentía un poco apaciguada con la naturalidad y serenidad con que las mujeres del pueblo tomaban el asunto, sin embargo aún no concebía el hecho de estar embarazada sin haber sido tocada por un hombre.
Al cuarto mes de su embarazo Úrsula soñó. Volvió a ver la estrella resplandeciente y notó como su brillante luz penetraba en su vientre. La estrella le dijo que había sido escogida de entre muchas mujeres y que engendraría un hijo, a quien sin embargo vería morir cuando este fuera joven. Y que su hijo salvaría al mundo de la iniquidad del hombre y que todo sería paz y silencio como en el pueblo del silencio.
Pasaron muchos años y el hijo de Úrsula Pesares era ya todo un hombre. Por primera vez se escuchó un ruido infernal en el pueblo. La gente protestó y enseguida fueron rebatidos por unos hombres altos corpulentos que decían ser los hijos de la patria. Palabra que no entendían los lugareños del pueblo del silencio. Los hombres corpulentos hijos de la patria se llevaron a los más jóvenes, hacia un lugar desconocido donde debían de matar para sobrevivir y luchar por algo que los hombres corpulentos llamaban patria. El hijo de Úrsula pesares era uno de ellos. Por su parte ella lloraba resignada pues sabía que la extraña estrella venía a cumplir con su designio.
A los dos meses de la partida de los jóvenes el jinete mensajero traía noticias de los combatientes menos del hijo de Úrsula Pesares, quien preguntaba desesperada si había noticias de su hijo, pero nadie ni el mismo jinete mensajero le daba razón alguna. Pasaron días, meses y Úrsula pesares no sabía nada de su hijo; conocía del cruel designio de la estrella, pero su amor de madre le hizo decidir ir en busca de lugar desconocido para ver aunque fuese por última vez el cadáver de su hijo. Imploró al jinete que la llevase hacia ese lugar desconocido y después de varias horas de cabalgar sin cesar por fin pudo llegar al sitio donde se batían en combate varios hombres que se mataban unos a otros. Preguntó por el nombre de su hijo pero nadie le daba razón alguna, sólo un viejo de bigotes que yacía en el suelo herido y que a su vez reía maliciosamente pudo alcanzar a decirle que su hijo había muerto hace ya varios meses y que su lucha había sido infructuosa, que nada cambió después de su muerte y seguía siendo todo igual. Finalmente le dijo que alguien que alguna vez había dirigido sus pasos en una noche oscura, se había burlado de ella, y que a pesar de que su hijo había sido su enemigo en el combate, lamentaba profundamente su muerte.
Úrsula Pesares no quiso escuchar pero después maldijo con todas sus fuerzas a la estrella y la hora en que esta penetró en su vientre para engendrarle un hijo a quien finalmente arrebataría y sin haber cumplido la promesa de salvar el alma de los hombres. Úrsula Pesares esperó a que pasen los años para ver si la paz se instauraba como en el pueblo del silencio, pero todo seguía igual o peor que como estaba antes. Antes de cumplir los cien años y después de haber presenciado todas la serie de atrocidades que cometía el hombre. Decidió regresar al pueblo del silencio, llorando inconsolablemente por su hijo arrebatado, recordó aún en su profunda tristeza el canto apacible que los niños le hicieron alguna vez cuando estaba embarazada y cantó eternamente hasta el final de sus días.
1 comentario:
qué triste historia, muy bella
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